Es la abeja. O al menos ese fue el resultado de un debate científico y también lúdico celebrado en la Royal Geographical Society de Londres. Anecdótica o no, la decisión estuvo sólidamente fundada.
Tuvo mucho que ver la decisiva aportación de las abejas a nuestra capacidad de alimentarnos. Se calcula que el 80 % de los cultivos alimenticios dependen de la polinización de las abejas. Es decir, de su tarea transportando el polen desde la parte masculina de una flor a la femenina, imprescindible para la aparición del fruto. A lo largo de su vida, este incansable animal visita 200.000 flores para polinizarlas.
Entonces, ¿qué pasaría si de repente desapareciesen todas las abejas? No se trata solamente de un supuesto, sino de una amenaza que ha atemorizado a apicultores y agricultores de todo el mundo en los últimos años.
El llamado síndrome de despoblamiento de las colonias es una realidad conocida desde hace décadas y que, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), se ha acelerado en los últimos años, afectando de forma especial a países como España.
Las principales causas del problema, aunque continúan en estudio, son el uso agrícola de pesticidas para el control de plagas, la incidencia de virus y también el efecto del cambio climático, que entre otros factores provoca cambios en los periodos de floración que dificultan el trabajo de las abejas. En definitiva, como constata el trabajo de UNEP, pese al regalo que supone la existencia de estos vistosos insectos, “la polinización no es un servicio gratuito, sino que también requiere de inversión y apoyo para su protección y sostenibilidad”.
Más allá de la miel
Dadas las presiones de todo tipo que soportan las abejas, el papel de la apicultura es esencial, y no solamente, como se ha visto, para obtener la preciada miel y otros productos como la cera. En este sentido, la apicultura ecológica realiza una aportación particularmente positiva. Proyectos de esta naturaleza como Abella Lupa SAT, recientemente galardonada con la Mención Especial de los Premios Red emprendeverde 2012 a la “iniciativa empresarial que realiza una contribución significativa a la protección de la biodiversidad”, van más allá.
Alejandro Cendón, presidente de esta empresa pontevedresa, explica que “en apicultura ecológica se tratan las enfermedades con productos naturales” y que las colmenas deben estar en un lugar donde “en un radio de 3 kilómetros a la redonda no haya ningún tipo de contaminación”. Respecto al síndrome que afecta a millones de abejas en todo el mundo, Cendón está convencido de que resultan críticos “los pesticidas neurotóxicos, que afectan al sistema nervioso de las abejas, las desorientan y hacen que no vuelvan a las colmenas”.
Por otro lado, conscientes de la necesidad de promover una labor tan poco conocida como la de las abejas, desde Abella Lupa también realizan actividades de educación ambiental que ponen en valor el patrimonio natural y cultural de la apicultura.
Otro interesante ejemplo de apicultura ecológica, en este caso en alta montaña, es la iniciativa de Marciano Casillas Jiménez en la Sierra de Gredos que, entre otros, se propone contribuir al mantenimiento de la biodiversidad de este parque regional entre Ávila y Madrid. Como el proyecto de Pontevedra, la actividad apícola en la Sierra de Gredos cuenta con financiación de Triodos Bank, especializado en el sector de la alimentación ecológica.
Abejas en la ciudad
La creciente alarma producida en los últimos años respecto al declive de las abejas, ha animado originales iniciativas para estimular la apicultura en todo el mundo. Una de ellas, la habilitación de panales en lugares insospechados, como azoteas de edificios en medio de las ciudades, como en este caso de Tokio.
En los espacios urbanos, estos valiosos insectos no se libran de la contaminación del tráfico, pero sí de insecticidas y pesticidas, como defienden desde iniciativas similares en Reino Unido. ¿Conoce otra iniciativa ciudadana relacionada con la promoción de la apicultura y quiere darla a conocer en los comentarios?